sábado, 27 de noviembre de 2021

EL FANTASMA DE MARLEY

 





Marley estaba muerto; eso para empezar. No cabe la menor duda al respecto. El clérigo, el funcionario, el propietario de la funeraria y el que presidió el duelo habían firmado el acta de su enterramiento. También Scrooge había firmado, y la firma de Scrooge, de reconocida solvencia en el mundo mercantil, tenía valor en cualquier papel donde apareciera. El viejo Marley estaba tan muerto como el clavo de una puerta.

¡Atención! No pretendo decir que yo sepa lo que hay de especialmente muerto en el clavo de una puerta. Yo, más bien, me había inclinado a considerar el clavo de un ataúd como el más muerto de todos los artículos de ferretería. Pero en el símil se contiene el buen juicio de nuestros ancestros, y no serán mis manos impías las que lo alteren. Por consiguiente, permítaseme repetir enfáticamente que Marley estaba muerto como el clavo de una puerta.

¿Sabía Scrooge que estaba muerto? Claro que sí. ¿Cómo no iba a saberlo? Scrooge y él habían sido socios durante no sé cuántos años. Scrooge fue su único albacea testamentario, su único administrador, su único heredero residual, su único amigo y el único que llevó luto por él. Y ni siquiera Scrooge quedó terriblemente afectado por el luctuoso suceso;  siguió siendo un excelente hombre de negocios el mismísimo día del funeral, que fue solemnizado por él a precio de ganga.




La mención del funeral de Marley me hace retroceder al punto en que empecé. No cabe duda de que Marley estaba muerto. Es preciso comprenderlo con toda claridad, pues de otro modo no habría nada prodigioso en la historia que voy a relatar. Si no estuviésemos completamente convencidos de que el padre de Hamlet ya había fallecido antes de levantarse el telón, no habría nada notable en sus paseos nocturnos por las murallas de su propiedad, con viento del Este, como para causar asombro -en sentido literal- en la mente enfermiza de su hijo; sería como si cualquier otro caballero de mediana edad saliese irreflexivamente tras la caída de la noche a un lugar oreado, por ejemplo, el camposanto de Saint Paul.




Scrooge nunca tachó el nombre del viejo Marley. Años después, allí seguía sobre la entrada del almacén: "Scrooge y Marley". La firma comercial era conocida por "Scrooge y Marley". Algunas personas, nuevas en el negocio, algunas veces llamaban a Scrooge, "Scrooge", y otras, "Marley", pero él atendía por los dos nombres; le daba lo mismo.

¡Ay, pero qué agarrado era aquel Scrooge! ¡Viejo pecador avariento que extorsionaba, tergiversaba, usurpaba, regañaba, apresaba! Duro y agudo como un pedernal al que ningún eslabón logró jamás sacar una chispa de generosidad; era secreto, reprimido y solidario como una ostra. La frialdad que tenía dentro había congelado sus viejas facciones y afilaba su nariz puntiaguda, acartonaba sus mejillas, daba rigidez a su porte; había enrojecido sus ojos, azulado sus finos labios; esa frialdad se percibía claramente en su voz raspante. Había escarcha canosa en su cabeza, cejas y tenso mentón. Siempre llevaba consigo su gélida temperatura; él hacia que su despacho estuviese helado en los días más calurosos de verano, y en Navidad no se deshelaba ni un grado.

Poco influían en Scrooge el frío y el calor externos. Ninguna fuente de calor podría calentarle, ningún frío invernal escalofriante. El era más cortante que cualquier viento, más pertinaz que cualquier nevada, más insensible a las súplicas que la lluvia torrencial. Las inclemencias del tiempo no podían superarle. Las peores lluvias, nevadas, granizadas ni aguanieve podrían persuadir de sacarle ventaja en un aspecto: a menudo ellas "se desprendían" con generosidad, cosa que Scrooge nunca hacía.

Jamás le paraba nadie en la calle para decirle con alegre semblante; "Mi querido Scrooge, ¿Cómo está usted? ¿Cuándo vendrá a visitarme?" Ningún mendigo le pedía limosna; ningún niño le preguntaba la hora; ningún hombre o mujer le había preguntado por una dirección ni una sola vez en su vida. Hasta los perros de los ciegos parecían conocerle; al verle acercarse, arrastraban precipitadamente a sus dueños hasta los portales y los patios, y después movían el rabo, como diciendo; "Es mejor no tener ojo que tener el mal de ojo, amo ciego".




Pero a Scrooge, ¿Qué le importaba? Eso era precisamente lo que le gustaba. Para él era una "gozada" abrirse camino entre los atestados senderos de la vida advirtiendo a todo sentimiento de simpatía humana que guardase las distancias.

Érase una vez -concretamente en los días mejores del año, la víspera de Navidad, el día de Nochebuena- en que el viejo Scrooge estaba muy atareado sentado en su despacho. El tiempo era frío, desapacible y cortante; además, con niebla. Se podía oír el ruido de la gente en el patio de fuera, caminando de un lado a otro con jadeos, palmeándose el pecho y pateando el suelo para entrar en calor. Los relojes de la ciudad acababan de dar las tres, pero ya casi había oscurecido; no había habido luz en todo el día y las velas brillaban en las ventanas de las oficinas cercanas como manchas rojizas en la espesa atmósfera parda. Bajó la niebla y fluyó por todas las junturas, resquicios, ojos de cerradura, y en el exterior era tan densa que, aunque el patio era de los más estrechos, las casas de enfrente no eran más que sombras. Al ver como caía desmayadamente la sucia nube oscureciendo todo, se hubiera pensado que la Naturaleza vivía cerca y estaba elaborando cerveza en gran escala.



La puerta del despacho de Scrooge permanecía abierta de modo que pudiera atisbar a su empleado que estaba copiando cartas en una deprimente y pequeña celda, una especie de cisterna. Scrooge tenía un fuego muy escaso, pero la lumbre del empleado era todavía mucho más pequeña: parecía un solo tizón. Pero no podía recargar la estufa porque Scrooge guardaba el carbón en su propio cuarto, y seguro que si el empleado entraba con la pala su jefe anticiparía que tenían que marcharse ya. Por consiguiente, el empleado se arropó con su bufanda blanca e intentó calentarse con la vela; no era hombre de gran imaginación y fracasaron sus esfuerzos.

"¡Feliz Navidad, tío; que Dios lo guarde!", exclamó una alegre voz. Era la voz del sobrino de Scrooge, que apareció ante él con tal rapidez que no tuvo tiempo de darse cuenta de que venía.

"¡Bah! -dijo Scrooge-. ¡Tonterías!"



COMPRENDEMOS


1.- ¿En qué párrafo de texto se hace una descripción de las características psicológicas del personaje principal de este cuento?

a) En el párrafo 2.

b) En el párrafo 4.

c) En el párrafo 5.

d) En el párrafo 6.

 

2.- ¿Cuál de las siguientes opciones corresponde a un personaje secundario?

a) Marley.

b) Scrooge.

c) El clérigo.

d) El niño.

 

3.- Tomando en cuenta el contexto del párrafo 1, un sinónimo de SOLVENCIA es: 

a) Disolución.

b) Seriedad.

c) Compromiso.

d) Amortiguar.

 

4.- La referencia a la obra de Hamlet tiene la función de:

a) Demostrar la presencia de los fantasmas en las obras literarias.

b) Demostrar una similitud entre las dos obras literarias.

c) Reforzar la importancia que la muerte de Marley tiene para el desarrollo de la historia.

d) Representar los paseos nocturnos de los protagonistas.

 

5.- En la frase: "¡Viejo pecador avariento que extorsionaba, tergiversaba, usurpaba, regañaba, apresaba", el propósito del uso de las comas es:

a) Separar los elementos de una enumeración.

b) Intercalar algún dato o aclaración.

c) Establecer una pausa breve dentro del enunciado. 

d) Alterar el orden gramatical del idioma. 

 

6.- Elige la opción que sustituye de manera correcta las palabras marcadas en el siguiente párrafo. "Siempre llevaba consigo su gélida temperatura; él hacía que su despacho estuviese helado en los días más calurosos del verano, y en Navidad no se deshelaba ni un grado". 

a) Álgida - calientes - descongelaba.

b) Fría - sofocantes - enfriaba.

c) Insensible - cálidos - fundía.

d) Helada - caliente - tibia. 

 

 



LE INVITO A LEER:

https://biblioteca.org.ar/libros/656167.pdf

Cuento de Navidad por Charles Dickens



LE INVITO A VER EL VIDEO DEL CUENTO (adaptación):





LE INVITO A VER LA PELÍCULA:






 

 

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