martes, 7 de diciembre de 2021

EL CUENTO DE LA CUENTA

 



-Había una vez, hace mucho tiempo, un pastor que solamente tenía una oveja -empezó el hombre-. Como solo tenía una, no necesitaba contarle: es que la oveja estaba allí;  si no la veía, es que no estaba, y entonces iba a buscarla... Al cabo de un tiempo, el pastor consiguió otra oveja. La cosa ya era más complicada, pues unas veces las veía a ambas, otras veces sólo veía una, y otras ninguna...




-Ya sé cómo sigue la historia -lo interrumpió Alicia-. Luego el pastor tuvo tres ovejas, luego cuatro..., y si seguimos contando más ovejas me quedaré dormida.



-Efectivamente, el rebaño del pastor iba creciendo, y cada vez le costaba más comprobar, de un solo golpe de vista, si estaban todas las ovejas o faltaba alguna. Pero cuando tuvo diez ovejas hizo un descubrimiento sensacional: si levantaba un dedo por cada oveja y no faltaba ninguna, tenía que levantar todos los dedos de las dos manos.


   


-Vaya tontería de descubrimiento -comentó Alicia.

- A ti te parece una tontearía porque te enseñaron a contar de pequeña, pero al pastor nadie le había enseñado. Y no me interrumpas... Mientras el pastor sólo tuvo diez ovejas, todo fue bien; pero pronto consiguió algunas más, y entonces ya no le bastaban los dedos.

- Podía usar los dedos de los pies.

- Si hubiera ido descalzo, tal vez -convino él-. Pero el pastor llevaba alpargatas, de modo que se le ocurrió una idea mejor: cuando se le acababan los diez dedos, metía una piedrecita en su cuenco de madera, y volvía a empezar a contar con los dedos a partir de uno, pero sabiendo que la piedra del cuenco valía por diez.


          


- ¿Y no era más fácil acordarse de que ya había usado los dedos una vez?

- Sólo los tontos se fían de su memoria. Además, ten en cuenta que nuestro pastor sabía que su rebaño iba a seguir creciendo, por lo que necesitaba un sistema que sirviera para contar cualquier cantidad de ovejas.

Por otra parte, la idea de las piedras le vino muy bien para descansar las manos, pues en vez de levantar los dedos para la primera decena de ovejas, empezó a usar piedras que metía en otro cuenco, esta vez de barro.


     


- ¡Qué lio!

- Ningún lio. Es más fácil de hacer que de explicar: al empezar a contar las ovejas, en vez de levantar dedos iba metiendo piedras en el cuenco de barro, y cuando llegaba a diez vaciaba el cuenco y metía una piedra en el cuenco de  madera, y luego volvía a llenar el cuenco de barro hasta diez.


   ⇨  

- ¿Y cuando llegó a tener diez piedras en el cuenco de madera?

- Buena pregunta. Entonces echó mano de un tercer cuenco, de metal, metió en él una piedra que valía por las diez del cuenco de madera y vació éste. O sea, que la piedra del cuenco de metal valía por diez del cuenco de madera, que a su vez valían cada una por diez piedras del cuenco de barro.

  

  

- Lo que quiere decir que la piedra del cuenco de metal representaba cien ovejas.

- Muy bien, veo que has captado la idea. Si al cabo de una jornada de pastoreo, tras meter las ovejas en el redil y contarlas una a una, el pastor se encontraba, por ejemplo, con esto -dijo el hombre, tomando de nuevo el bolígrafo y dibujando en el cuaderno de Alicia.




- Quiere decir que tenía doscientas catorce ovejas -concluyó ella.
- Exacto, ya que cada piedra del cuenco de metal vale por cien, la del cuenco de madera vale por diez y la del cuenco de barro valen por una.


Pero entonces al pastor le regalaron un block y un lápiz...



- No puede ser -protestó Alicia-, el block y el lápiz son inventos recientes; los números se inventaron mucho antes.





- Esto es un cuento, sabidilla, y en los cuentos pueden pasar cosas inverosímiles. Si te hubiera dicho que entonces apareció un hada con su varita mágica, no habrías protestado; pero mira cómo te pones por un simple block...



- No es lo mismo: en los cuentos pueden aparecer hadas, pero no aviones ni cosas modernas.
- Está bien, está bien: si lo prefieres, le regalaron una tablilla de arcilla y un punzón. 




Y entonces, en vez de usar cuencos y piedras de verdad, empezó a dibujar en la tablilla unos círculos que representaban los cuencos y a hacer marcas en su interior, como acabo de hacer yo en tu cuaderno.
Sólo que, en vez de puntos, hacía rayas, para verlas mejor. Por ejemplo,


Significa ciento setenta y tres. Pero pronto se dio cuenta de que las rayas, si las hacia todas verticales, no eran muy cómodas, pues no resultaba fácil distinguir, por ejemplo, siete de ocho u ocho de nueve.
Entonces empezó a diversificar los números cambiando la disposición de las rayas.


A medida que iba familiarizándose con los nuevos números, los escribía cada vez más de prisa, sin levantar el lápiz del papel (perdón, el punzón de la tablilla), y empezaron a salirle así:



Poco a poco fue redondeando las siluetas de sus números con trazos cada vez más fluidos, hasta que acabaron teniendo este aspecto: 

                      1   2   3   4   5   6   7   8   9

Pronto comprendió que no hacía falta poner los círculos que representaban los cuencos, ahora que los números eran compactos y no podían confundirse las rayas de uno con las de al lado. Así que solo dejó el círculo del cuenco cuando estaba vacío; 

 ⇨   0


por ejemplo, si tenía tres centenas, ninguna decena y ocho unidades, escribía : 

38

- ¿Y no es más fácil dejar sencillamente un espacio en blanco? -preguntó Alicia.

- No, porque el espacio en blanco sólo se ve si tiene un número a cada lado. Pero para escribir treinta, por ejemplo, que son tres decenas y ninguna unidad, no puedes escribir sólo 3, porque eso es tres. Por tanto, era necesario el círculo vacío.                                                                             

30

El pastor acabó reduciendo para que fuera del mismo tamaño que los demás signos, con lo que el trescientos ocho del ejemplo anterior acabó teniendo este aspecto:

308

Había inventado el cero, con lo que nuestro maravilloso sistema de numeración estaba completo.
- No veo por qué es tan maravilloso -replicó Alicia-. A mi me parece más elegantes los números romanos.
- Tal vez sean elegantes, pero poco prácticos. Intenta multiplicar veintitrés por dieciséis en números romanos.
- No pienso intentarlo. ¿Te crees que me sé la tabla de multiplicar en latín?
- Pues escribe en números romanos tres mil trescientos treinta y tres.
- Eso sí que se hacerlo -dijo Alicia, y escribió en su cuaderno:

MMMCCCXXXIII
      
- Reconocerás que es más cómodo escribir 3,333 en nuestro sistema posicional decimal.
- Si lo reconozco -admitió ella a regañadientes-. ¿Pero por qué lo llamas sistema posicional decimal?
- En el sistema romano, todas las M valen lo mismo, y también las demás letras, mientras que en nuestro sistema el valor de cada digito depende de su posición en el número. Así, en el 3,333, cada 3 tiene un valor distinto: el primero de la derecha representa tres unidades, el segundo tres decenas, el tercer tres centenas y el cuarto tres millares.

Por eso nuestro sistema se llama posicional. Y se llama decimal porque se salta de una posición a la siguiente de diez en diez: diez unidades son una decena, diez decenas una centena, diez centenas un millar...

                                                                        "Malditas matemáticas: Alicia en el país de los números"
                                                                                                            (Carlo Frabetti)

                                                                                             



COMPRENDEMOS

LITERAL

1.- ¿Cuál es la idea principal de la historia?

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INFERENCIAL

1.- ¿Qué entiendes por Sistema Posicional Decimal, según la lectura?

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CRITICO

1.- ¿Te parece que este texto nos ayuda a comprender mejor las matemáticas? ¿Por qué?

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MALDITAS MATEMÁTICAS por Carlo Frabetti


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